En los últimos años, comprar un coche se ha convertido en un ejercicio de descifrado más propio de un contable que de un consumidor medio (carente en su gran mayoría de la cultura financiera necesaria).
Los anuncios muestran ofertas brillantes: cuotas mensuales irresistibles, precios ‘desde’ que parecen un auténtico chollo y campañas que prometen estrenar vehículo por menos de lo que cuesta una suscripción a plataformas de streaming. Sin embargo, cuando llega el momento de la verdad —el precio final— empieza una travesía que muchos conductores califican de confusa, opaca e incluso frustrante.
Crece la polémica: ¿por qué es imposible saber cuánto cuesta un coche?
En televisión, en redes sociales y, sobre todo, en los concesionarios, cada oferta viene acompañada de un “consulta condiciones” que se traduce en contratos de decenas de páginas, intereses variables y una infinidad de cláusulas que dificultan conocer el coste real del vehículo. Lo que al principio parecía un coche de 20.000 euros puede transformarse en una financiación que roza los 30.000 al sumar intereses, comisiones de apertura y servicios añadidos.
El resultado: el consumidor ya no sabe cuál es el precio real del coche, sino solo el precio financiado que la marca quiere que vea.
Los comerciales: de vendedores de coches a vendedores de financiación
La situación se complica aún más para quienes quieren pagar al contado, un perfil que hoy representa una minoría —apenas un 20% del mercado según las marcas no optan por ninguna de las opciones de a plazos aunque depende del segmento del coche comprado y la cantidad a desembolsar—. Muchos compradores relatan la misma experiencia: caras largas, ofertas que desaparecen si no se financia, descuentos que solo se aplican si se contrata un producto financiero o incluso una actitud poco colaborativa cuando el cliente anuncia que prefiere pagar el coche sin financiación.
Esto no es casualidad: desde hace años, la rentabilidad de los concesionarios depende tanto —o más— de los intereses y productos asociados a la financiación (seguros y demás) como del propio vehículo. El sistema empuja a comerciales y marcas a vender créditos, no coches.
Una transparencia cada vez más cuestionada
En un contexto donde el consumidor busca claridad y simplicidad, el sector automovilístico parece avanzar en dirección contraria.
Las marcas compiten en una guerra de ofertas llamativas que, en muchos casos, ocultan el verdadero coste del vehículo tras complejas fórmulas financieras. Y si el comprador quiere claridad, a menudo tiene que pelear por ella.
Esto plantea una cuestión cada vez más presente en foros, asociaciones de consumidores y conversaciones cotidianas:
¿Ha llegado el momento de regular cómo se anuncian los precios de los coches?
¿Deberían las marcas estar obligadas por el Ministerio de Consumo a mostrar con la misma visibilidad el precio real al contado, el coste total de la financiación y todas las condiciones vinculadas, tal y como ocurre en otros sectores?
En un mercado donde el coche sigue siendo una de las compras más importantes de una familia, la transparencia no debería ser un privilegio, sino una norma.
¿Tú que crees?

