Si Sebastian Vettel ya tenía hasta hoy un hueco importante en la historia de la Fórmula 1, después de su cuarto entorchado consecutivo podemos afirmar que pasará a la posteridad como uno de los más grandes en lo que a palmarés se refiere. Sólo dos pilotos en toda la vida de la Fórmula 1 han ganado más campeonatos mundiales que el joven alemán. Fangio con cinco y Schumacher con siete encabezan esa privilegiada lista.
Otros récords de precocidad ya han caído en manos de Vettel y algunos aún pueden hacerlo. Quizá el más lejano a día de hoy sea el de victorias parciales que ostenta Schumacher con 91 por 36 del de Red Bull. Además, es posible que le cueste encontrar el reconocimiento unánime que hay en torno a la figura del Kaiser, puesto que muchos achacan sus estremecedores resultados a la tremenda superioridad de su monoplaza. Poco o nada importarán a Vettel estas conjeturas en el día en que, con otra victoria aplastante sobre sus rivales (si es que los ha tenido en algún momento) en el circuito de Buddh, ha ganado el campeonato del mundo de Fórmula 1 por cuarta vez consecutiva al mismo tiempo que ha asegurado el mundial de constructores para Red Bull.
La carrera en sí ha tenido poca sustancia. La enésima adversidad de Fernando Alonso ha hecho que un toque con Webber le relegara a la parte trasera del pelotón y no ha podido ser más que undécimo y luchando con el Toro Rosso de Ricciardo. El australiano ha salido sin problemas de la acción, pero una posterior avería en la caja de cambios le ha obligado a abandonar. Rosberg y un sorprendente Grosjean -muy consistente en este tramo final de temporada- han acompañado al campeón del mundo en el podio. Raikkonen ha acabado sin gomas, perdiendo una plaza de podio que tenía en su mano, y ha sido finalmente séptimo, viendo como le rebasaban Massa, Sergio Pérez y Hamilton.